domingo, 18 de septiembre de 2011

Primeras impresiones

Después del primer post, continúo con las notas que fuí tomando en la libreta, sigo con primeras impresiones:

Intento amoldarme lo más rápidamente posible. Usar la mano derecha para todo resulta complicado para una zurda, pero es lo que hay y no quiero que se sientan ofendidos.

Aquí todo huele, creo que voy a desarrollar de manera extraordinaria el sentido del olfato. En un instante se puede pasar del olor más repulsivo al más irresistible y viceversa y todo en cuestión de segundos.

Usar repelente de mosquitos es puro trámite, pican a través de la ropa, sobre todo temprano, cuando aún no hace calor. Por la noche lo llevo mejor porque con la mosquitera duermo muy bien.

Se habla inglés, es cierto, pero mucha gente, sobre todo la gente de las aldeas y la que no ha ido al colegio solamente hablan twi, así que como reto personal voy a aprender tanto twi como sea posible. Otro de los retos es aprender a llevar cosas sobre la cabeza para tener las manos libres.

Como con las manos como ellos, me sentía ridícula usando cubiertos mientras ellos no los utilizan. La comida es picante. No comen con agua, dicen que el agua te llena, así que la toman entre horas y a la hora de comer es todo sólido.

El reloj sirve para bien poco. Los ghaneses se lo toman todo con mucha calma y lo mejor es hacer como ellos o te vuelves loca. Todo un reto personal, yo que odio la impuntualidad… pero lo llevo muy bien.

Por fin he hecho mi primer trayecto largo en trotro. No sé muy bien por dónde empezar. De Accra a Koforidua hay 3 horas y media, quince personas apretadas y con la maleta sobre las piernas, ¡qué dolor! Desde luego todo aquel que viaja en Ghana y llega sano y salvo tiene un ángel de la guarda, de verdad que se pasa miedo en la carretera (y digo carretera por llamarlo de algún modo) El camino era precioso, muy verde, y de la nada aparecían poblados. No hay expresión que haga justicia a lo que he visto. Ha habido momento en los que no podía evitar que cayese alguna lágrima, lo único que podía pensar era: no es justo, no es justo. Esta gente está dejada de la mano de Dios y es precisamente a Dios a quien agradecen lo poco que tienen todos los días. Es increíble la fe de esta gente, admirable. Los niños de los poblados del camino estaban sucios, con las camisetas rotas, cargando cosas pesadísimas sobre sus cabezas, trabajando. Las casa no eran ni siquiera chabolas y muchas de ellas construidas con arcilla roja estaban destrozadas por las lluvias.

Y por fin llegué a Koforidua para conocer a la familia que me acogió como a un miembro más y tanta otra gente maravillosa que han cambiado mi vida e hicieron de mi viaje una experiencia única.

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