Conocí a Kwabena por casualidad.
Estaba yo visitando a una amiga en su casa cuando llegó él para trabajar. Con un machete va de casa en casa para cortar el césped. Se puso a trabajar a las 14 horas bajo el sol, sin parar. Una hora y media después me di cuenta de que seguía allí, hacía muchísimo calor y salí para invitarle a una cocacola y que descansara un poco. Le llamé, me presenté y le pedí que se sentara a mi lado. No sé si había visto o no a muchos blancos antes. Era muy educado, un poco tímido, le dí la cocacola con la intención de que parase a tomársela, pero me dijo que prefería llevársela a casa para compartirla con sus hermanos.
Cuando estás en África y algo así te pasa, te sientes totalmente insignificante, y ridícula. Me levanté y entré en la casa, no quería entretener a Kwabena, sabía lo importante que era para él terminar el trabajo y que le pagasen.
Cuando entré le pregunté a mi amiga qué sabía de él: Kwabena es el sexto de ocho hermanos, cada uno de un padre, de hecho el suyo murió hace años. Tiene un hermano pequeño que se llama Kwame (10 años) que le acompaña a todas partes y una hermana más pequeña de 7 años. Los 5 mayores son todo chicas adolescentes, una acaba de tener un bebé de padre desconocido, otra de ellas está embarazada. Nadie trabaja en la familia, y cuando digo nadie incluyo a los padres. No es que físicamente no puedan, es que dejan todo el peso en manos Kwabena. El día que él no lleva dinero, no se come.
Empezaba a oscurecer y allí seguía, agachado, machete en mano y sin parar. Mi amiga le llamó para que parase, le invitó a comer un plato de arroz y le pagó.
Desde esedía no me pude quitar a Kwabena de la cabeza y volvía de vez en cuando para verle a él y a su hermano Kwame y continué aprendiendo cosas sobre mi pequeño héroe. A veces no iba al colegio, estaba cansado después de trabajar duro el día anterior. Comían solamente una vez al día y a veces ni comían. Nunca se quejaba, estaba resignado. Tenía unos brazos fuertes de trabajar y trabajar pero estaba extremadamente delgado. Le encantaba el fútbol. Cuidaba de sus hermanos pequeños, siempre pendiente de ellos. Poco a poco Kwabena fue ocupando parte de mis pensamientos, se había convertido en alguien muy importante.
Hablé con él de la importancia de ir al colegio y de aprender bien inglés para poder intentar tener un futuro mejor. Me dijo que quería venir conmigo a España. Ojala pudiese darle esa oportunidad. Le expliqué que las cosas son mucho más complicadas de lo que parece, que hay leyes que se deben cumplir. Estaba frente a un niño que no era tan niño porque había crecido a la fuerza, una persona humilde, buena, trabajadora, cariñosa, responsable... no podía no hacer nada. No valía con regalarle galletas, o invitarle a una cocacola de vez en cuando. Hablé con él y llegamos a un acuerdo: yo le pagaría el curso escolar, los libros, el material y el uniforme (qué bien lo pasamos juntos en el pueblo comprando el uniforme, nunca había tenido uno y estaba feliz), a cambio él tenía que hacer el esfuerzo de aprender bien inglés, asistir a clase y trabajar duro. Si el primer año iba bien, seguiríamos con el siguiente curso.
Cuando mi hermana conoció el caso decidió hacer lo mismo por Kwame, el hermano de Kwabena, y unos amigos también quisieron "apadrinar" a la más pequeña.
Para eso tuve que hablar con la madre. Me acompañó mi amiga porque la familia no sabe inglés, sólo hablan Twi. No fue fácil primero, porque tuve que ir a su casa y sabía que eso me iba a impactar mucho más. Ese día llovía, y Kwabena me llevó hasta allí, esperé fuera y salieron las dos adolescentes (la que tenía el bebé y la que estaba embarazada) y detrás de ellas la madre. La casa era una construcción sin acabar, los huecos de las ventanas estaban,pero no había ni cristal, ni mosquitera, y sólo una habitación tenía techo, y allí se metían los 8 hermanos, los padres y el recién nacido.Todos en el suelo, ni una silla, ni una mesa, nada.
En segundo lugar me resultó difícil porque sentía verdadera antipatía por esa mujer, que no sólo se había dedicado a traer a 8 niños al mundo a los que no mantenía, sino que cargaba a Kwabena con la responsabilidad de sacarlos a todos adelante.
Fui muy dura (y ahora pienso ¿quién narices soy yo para hablarle así a nadie?) Le expliqué mis intenciones y se me puso de rodillas a darme las gracias, le dije que en lugar de eso se dedicara a buscar trabajo, tanto ella como su marido y las hijas. Todos sanos, todos capaces, pero unos vagos irresponsables. Le dije que entendía que Kwabena debía ayudar pero no cargar con tanta responsabilidad y que si me enteraba que las cosas no cambiaban avisaría a asuntos sociales para que se llevase a los dos más pequeños. Ella no sabía que contestar, decía que si a todo, miraba al suelo avergonzada. No me siento orgullosa de lo que le dije, pero debía dejar las cosas claras.
Por supuesto ese dinero no lo custodia la madre, sino mi amiga que se encarga de darles a los niños cada semana en dinero necesario para el autobús y la comida.
Creo fielmente en que las personas recogen lo que siembran y sé que a Kwabena le espera algo bueno, porque se lo merece, porque es un pequeño gran valiente.
El día que nos despedimos nos habíamos escrito cartas de despedida. Me fui deseando haber hecho lo mejor, creo que le doy lo mejor que le puedo dar, una educación, y espero que algún día pueda venir a España y yo le pueda ayudar.
Le mandé las fotos que tenemos juntos y yo tengo algunas puestas por casa (¡cómo si fuese posible olvidarle!)
Por mi amiga sé que le va bien y que me echa de menos, como yo a él, que cada día me despierto pensando que al menos de lunes a viernes les dan de comer en el colegio. En breve me mandarán el boletín con sus notas y estoy segura de que todo irá bien.
Me encontré con Kwabena por casualidad, o quizá no, aún así viva la casualidad!
Nuestro último día, empapados, pero disfrutando de nuestro último ratito juntos
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